Un poco tarde he descubierto el poder que puede tener una mujer de veintitantos años con algunos hombres, sobretodo con esos que han pasado la edad de cristo aunque ese poder sea únicamente sensual y sexual. En mi época adolescente nunca había tenido mucha suerte con los hombres, siempre era a la chica de al lado a la que pedían bailar, a la que le llovian besos y flores y yo siempre sola merodeaba por los rincones, ni fea, ni loca, timida quizás, persiguiendo miradas, añorando besos, solicitando ser querida y ninguna mano amiga que me hiciera el favor.
De pronto un buen día eran otros ojos los que se posaban sobre mi, esos que hasta entonces me sabían lejanos, extraños. Que deliciosas miradas, cuanta pasión emanaban de sus pupilas, cuanto deseo y todas posadas sobre mi, pero todas prohibidas, todas llenas de imposibilidades, prohibiciones que te invitan a transgredirlas. Jamás me hubiera imaginado a mi, rompiendo barreras infranqueables, pero cada cartel de "Prohibido pasar" solo era una invitación a seguir avanzando. Amigas, consejeras que decían "NO, con él no, ni se te ocurra! ya sé que no lo harás, eres demasiado pura para eso, pero mejor no lo frecuentes tanto".
¿Demasido pura? no sé si lo era, no se si un día lo fui, no sé si existe alguien demasiado puro o es solo que aún no a descubierto el poder de su cuerpo desnudo y contemplado con tanta pasión. ¿Bien o mal? nunca lo sabré porque cada encuentro es siempre una nueva condena, una lucha entre la mujer y la niña, entre la pureza y la pasión, entre la carne y el alma, entre lo prohibido y lo deseado. "Prohibio pasar" es casi siempre una invitación a pasar.